Primera Guerra Mundial. En el frente, de un lado los soldados alemanes y, de otro, los británicos. Víspera de Navidad, noche de Nochebuena.
Los alemanes comienzan a colocar los pocos adornos navideños de los que disponen y, de pronto, comienzan a escuchar en las filas británicas las notas de una canción conocida. Es ‘Noche de Paz’. En ese instante, algo pasa. Espontáneamente, sin orden previa, sin palabras, unos y otros olvidan la guerra y empiezan a vivir unas horas únicas que hoy, 100 años exactos después, siguen recordándose como la ‘Tregua de Navidad’.
Alemanes y británicos comen y beben juntos, recuerdan a sus familias, lloran y entierran a los caídos en la batalla, ríen abrazados, disfrutan unidos… Se convierten en hombres sin etiquetas, en seres exactamente iguales. Se convierten en lo que son (hermanos) y olvidan y trascienden el papel que interpretaban en ese momento: soldados armados enfrentados en una guerra. Fue un tiempo más allá del tiempo. Existió una posibilidad de haber podido frenar una masacre… pero todo siguió igual horas después. Volvía a correr la sangre. Destrucción y muerte. El mayor enfrentamiento hasta la fecha en la historia reciente de la humanidad.
Es éste tal vez el mejor ejemplo de lo que todos reconocemos como el ‘espíritu navideño’: una forma de entender las relaciones y la vida que es capaz de obrar milagros de esas características. ¿Y qué mayor milagro que renunciar a cualquier guerra e inclinarse por la paz? La ‘Tregua de Navidad’ se desarrolló en un conflicto bélico, pero las guerras cotidianas las encabezamos cada uno de nosotros y son sanguinarias y cruentas. ¿Quién puede asegurar que no ha conocido, vivido, alentado, participado en una feroz ‘contienda’ navideña’?
El ‘espíritu navideño’, eso que nos gustaría extender a lo largo de todo el año, eso que nos brinda felicidad, se contrapone a la Navidad que parecemos elegir siempre y que, en el fondo, detestamos. Lo real, lo verdadero, la auténtica hermandad, frente al otro ‘espíritu navideño’ en el que vivimos acomodado. Dolorosamente, en muchos casos.
¿QUÉ BUSCAMOS?
El anhelo de paz, el afán de ayudar a quien tenemos al lado sin pedir nada a cambio tiene la capacidad de desatarse por unas horas en este tiempo socialmente establecido. Es tan simple como hablar de AMOR, del real, no del egoico. Es eso que sienta mejor que cualquier medicina… Quien lo ha comprobado, aunque haya sido por unos instantes ‘mágicos’, conoce de su poder y de su inmenso potencial. Eso es lo que cabalga suave y poderosamente por debajo de las otras navidades, las fabricadas, las que se desatan y desatamos.
El consumismo que envuelve en lazos de colores una felicidad artificial; las lentejuelas que disfrazan a personas airadas y entristecidas; el alcohol que dispara tras la euforia inicial toda la pena, el vacío, la frustración (hasta la orfandad)… una sensación de soledad infinita que no parece apagarse nunca. Y todo eso, estallando en forma de discusiones, traiciones, engaños… estallando como confetti, pero un confetti que duele como las balas que mataron a británicos y alemanes en una guerra infernal que el mundo sigue reproduciendo, aunque lo haga a pequeña escala.
Y mientras, la navidad real sigue discurriendo por debajo como un río. Siempre. A la espera de que decidamos realizar la correspondiente prospección dentro de nosotros mismos, permitiendo que sea ese caudal y no otro el que definitivamente nos inunde y nos empape.
Elegir no por unas horas, no en virtud de una fecha en el calendario, sino siempre y definitivamente el nacimiento de esa otra feliz y auténtica, verdadera y plena, eterna, constante, irrenunciable NAVIDAD.