Durante décadas, Pinocho ha sido tachado cruelmente de mentiroso, viéndose sometido a un escarnio social que le ha situado como el protagonista animado peor valorado por los niños y mayores.
Es ahora, cuando tras años de terapia, Pinocho ha conseguido soltar el lastre que cargaba desde que el hada le dio vida en el taller de madera de Gepetto, su padre y creador.
Hoy es capaz de reconocer su mitomanía.
Ahora que la entiende y controla, ha aprendido a desechar la idea de agradar a los demás, de cargar con sus problemas y de dedicar su vida a mejorar la de los otros, sobre todo, la de su antisocial padre, ya fallecido.
Con la venta de la carpintería que le dejó en herencia, ha decidido realizarse una rinoplastia. Además, en este momento, está interesado en formarse en coaching nutricional, y poder así guiar a las personas que no tienen las herramientas necesarias para conseguir su normo-peso y mantenerlo a lo largo del tiempo (ya se sabe que esto es lo más difícil).
Esta realidad no ha sido tan conocida por el populacho, que no titubeó en sentenciar a Pinocho como un mentiroso liante, al que no había que dar crédito alguno. Lo que todas estas personas desinformadas no saben, es que Pinocho vino a este mundo a solventar las carencias afectivas de Gepetto, su padre y creador. Un hombre incapaz de comprometerse con otra persona, profundamente huraño y escéptico con el género humano.
Una vez más cobra más sentido que nunca la expresión: “nadie es lo que parece”, por lo que antes de juzgar, es necesario saber de lo que se está hablando.
–Este microrrelato en clave de humor, busca transmitir lo que se puede esconder detrás de una tendencia patológica a la mentira, como pueden ser carencias afectivas en la infancia, el soportar la carga de responsabilidades que no le corresponden al sujeto o una forma inmadura de construir una realidad diferente a la que realmente existe, todas ellas formas de evadirse de una verdad que duele-
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