Aquella mañana había tomado el primer tren que la llevaba directa hacia la estación en la que él la esperaría.
Dos horas antes, sonó el despertador, y con la seguridad de quién sabe qué camino tomar, Judith se vistió con deliberado esmero.
Acariciaba sus piernas mientras colocaba delicadamente sus medias de cristal y con firmeza, calzó sus pies con aquellos tacones, tan afilados como su intuición.
El trayecto no se le hizo pesado, le encantaba ver como el paisaje se deslizaba frente a ella, sin posibilidad de echar la vista atrás: “ojalá las cosas que duelen se desdibujaran lo mismo que las vistas desde un tren”, murmuraba con la cabeza girada hacia la ventanilla.
Faltaba poco tiempo para llegar al destino, un destino que hoy, por primera vez, anunciaba un final definitivo.
Dejaría atrás la cueva en la que creía haber encontrado el amor, lástima que en aquella época no supiera discriminar lo auténtico de lo impostado.
El tren anunciaba el final de trayecto, y con el simbolismo que encierran algunos eventos cotidianos, Judith sonrió para sí, mientras bajaba aquellos escalones marcando el paso con la seguridad del negro charol.
A partir de ahora, serían sus tacones los que la guiarían hacia destinos lejanos, tan lejanos como aquel hombre y sus paisajes, esos por los que ya no quería volver a echar la vista atrás.
–Permanecer en una relación sentimental donde no es posible mostrarse libremente, implica estar expuesto a la pérdida de una serie de derechos fundamentales, como la libertad de expresión, la libertad para vestir como se prefiera, la libertad para relacionarse con los demás, la libertad al fin y al cabo para SER. Es urgente para cualquier persona que se encuentre en una relación-cueva salir de ahí cuanto antes, buscando un nuevo destino en el que poder brillar genuinamente-
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