
Colocó su pelo en el ascensor, ansiaba sorprender a su futuro amor.
Él la esperaba en el rellano, muy dispuesto, cámara en mano.
Vestida de alto copete, pensó que aquella noche la convertiría en musa de su carrete.
Tan ilusionada estaba nuestra enamorada, que consideró tirar la casa por la ventana.
Reservó mesa con antelación, quería coronarse en el restaurante de su amigo, el chef Antón.
Menú degustación era la elección, catar todos los platos sería la mejor deliberación.
Llegó el primero, dorada salvaje con cebolleta, huevo de corral y mero,
cuál fue su pasmo, que al ir a probar aquel manjar de la mar,
pudo ver como la cámara no apuntaba hacia su cara.
La dorada se había convertido, en única protagonista de la velada.
Ojiplática nuestra enamorada, terminó de un bocado con el postre, se trataba de espuma de ensaimada,
y es que no sabía que la fotografía a la comida, se había convertido en la nueva forma de exponer la vida.
Twitter, Instagram y Facebook, serían ahora espectadores de su velada.
Ya sola, gin tonic en mano, bebía recordando el bochorno de velada,
donde la cocina de autor le robó la opción de convertirse en la verdadera estrella de la función.
–El ansia por mostrar a los demás la vida personal se ha colado también en el mundo de la cocina, siendo frecuente encontrar en redes sociales imágenes de los platos que anónimos degustan en restaurantes. Una forma más de presumir de buen gusto y distinción, aunque el precio por un “me gusta” sea comer frío y a deshora-
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