Dice Luis Raimundo Cid (psicoanalista y antropólogo, docente en la Universidad de Salamanca) “nada hay de perfecto en lo humano, la naturaleza humana es fallida”.
Tras esta afirmación, os planteo una cuestión:
¿Somos capaces los seres humanos de reconocer nuestras imperfecciones?
¿Somos capaces de reconocer nuestros errores? Y más aún…
¿Somos capaces de aprender de ellos?
Con toda probabilidad, si ejercitáramos la capacidad para ser más honestos con nosotros mismos, la mayoría de nosotros caeríamos en la cuenta de que la imperfección forma parte de nuestras biografías, siendo incluso, el eje vertebrador de nuestra trayectoria vital, pues si algo sabemos los profesionales de la Psicología Clínica y Psicoterapia es que equivocarse es una de las acciones más humanas que existen, y paradójicamente de las más castigadas, pues nos juzgamos con desdén cada vez que erramos, llegando incluso a castigarnos por ello persiguiendo banalmente la tan ansiada, infinita e inalcanzable perfección.
Ser conscientes de las potencialidades que puede despertarnos un “buen error” es el primer paso para ganar en benevolencia con nosotros mismos y con nuestros errores.
Nada ni nadie enseña mejor al ser humano que sus fracasos, sus caídas y sus contratiempos, sin ellos, no llegaríamos a ser quienes somos. Sin ellos, no habría aprendizaje en nuestra continua evolución humana.
Eso sí, para que este aprendizaje y evolución tenga lugar, debemos ser lo suficientemente humildes como para desprendernos de nuestro ego (orgullo) y reconocer/nos que la culpa no fue solo del otr@, sino que principalmente nosotr@s hemos actuado equivocadamente en algunos actos y momentos de nuestra vida.
Y decimos más, lo importante de la cuestión no es la equivocación en sí, lo importante del asunto viene después, cuando sabemos tomar a nuestros errores como nuestros maestros.
¿Qué queremos decir con esto?
De nada sirve cometer equivocaciones si no nos proponemos aprender de ellas, y para que esto ocurra la fórmula consiste en realizar un análisis pormenorizado de lo sucedido, analizar sus causas, ver nuestra responsabilidad en los hechos, valorar la información con la que contábamos (consciente o inconscientemente) y proponernos con firmeza aprender, de tal forma que seamos capaces de aprovechar la experiencia del pasado para no volver a hacer/nos daño en lo mismo otra vez.
Con estos aprendizajes evitaríamos tropezar reiteradamente en la misma “piedra”, que se presentará ante nosotros tantas veces como sea necesario para que aprendamos correctamente la lección.
Nuestra capacidad para errar nos convierte en seres reales, con opciones de mejora y superación continuas.
Cuando conseguimos dejar de juzgarnos por tropezar alguna vez que otra con nuestra “piedra favorita”, se nos abre un universo incalculable de posibilidades, con las que poder experimentar la gloria del error, que no es otro que el de aproximarnos a la mejor versión de nosotros mismos, pues sólo a través de la guía del error y la disposición firme para aprender de él y corregirnos, lograremos acercar posturas entre nuestro YO REAL y nuestro YO IDEAL.
Y tú ¿reconoces tus errores?
¿Aprendes de ellos o te machacas reiteradamente en la búsqueda de tu idílica e inexistente perfección?
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