Las próximas publicaciones que compartiremos con vosotr@s, serán una trilogía que tendrá como línea argumental la “Teoría del Triángulo Dramático” de Stephen Karpman.
Este psicólogo, afirmaba que cada vértice del triángulo se corresponde con uno de los siguientes roles: perseguidor, salvador y víctima.
Dos de estos roles (perseguidor y salvador) tienen un carácter parental, lo que implicaría una tendencia a la autoridad y el manejo sobre el otro, mientras que el tercero (víctima) es de naturaleza filial, estando relacionado este rol con una predisposición a ser cuidado, dirigido, no asumiendo la responsabilidad sobre la propia vida.
En el artículo de hoy, nos vamos a centrar en el Rol del Salvador, también conocido como “samaritano”, “bien queda”, “complacedor” o “mártir”.
El salvador denota una preocupación excesiva por los sentimientos y necesidades de los demás, incluso en detrimento del suyo propio.
Este patrón relacional lejos de mostrar un afecto auténtico o un espíritu altruista, hace las veces de mecanismo defensivo, ya que el sujeto utiliza la ayuda desmesurada hacia los demás como estrategia para evitar encargarse de sí mismo.
La máxima del salvador es la siguiente:
“si me compadezco de los demás y me sacrifico lo suficiente por ellos, seré una persona alabada y querida”.
Esta necesidad de ser merecedor del cariño ajeno, nos indica en el contexto terapéutico su deficiente autoestima, siendo este el motivo principal de la entrega y priorización de todos, menos de sí.
“Huir de la conflictividad y no exteriorizar el enfado constituyen para los salvadores un comportamiento tan normal y natural que no se dan cuenta siquiera de que “no pinchan ni cortan” lo más mínimo en sus relaciones personales (…) muchas veces su sentido de la lealtad les hace seguir vinculadas a relaciones anómalas y codependientes que no les hacen ningún bien y en las que no se sienten verdaderamente apreciados”.
El Triángulo Dramático de Karpman, Gill Edwards.
A modo de resumen, vamos a señalar los rasgos característicos del salvador:
- Se vuelca con los demás, aunque sea en detrimento propio.
- Se responsabiliza del bienestar y la felicidad de sus congéneres.
- Evita cualquier tipo de conflicto tratando de calmar o apaciguar a la otra parte.
- Busca ser merecedor de cariño, ganándoselo a base de ser bueno, amable y servicial.
- Su paternalismo protector despoja a los demás de su autoridad.
- Oculta o evita las situaciones escabrosas, pretendiendo hacer ver que todo va como la seda.
- La culpa, la obligación y la responsabilidad son sus “pepito grillo”, activándole para seguir ejerciendo “el bien”.
- Tener serias dificultades para expresar sus propios sentimientos y necesidades.
¿Qué necesita el salvador para salir del triángulo?
- Como en cualquier disfunción de personalidad, lo primero que tiene que ocurrir es una toma de conciencia real y profunda de los patrones relacionales, comportamentales y afectivos que están provocando el daño en la persona, o sea, cómo es su conducta y cómo se relaciona afectivamente con los demás.
- Una vez esta nitidez comienza a tener lugar, el siguiente paso será detectar las propias necesidades: lo que la persona realmente quiere en su vida, el tipo de relaciones que pretende establecer, los motivos por los que se siente atraído hacia un tipo de persona en concreto. En definitiva, se trata de que el sujeto progresivamente vaya situándose en el centro de su vida, desplazando su atención y su energía del exterior (los demás), hacia el interior (uno mismo).
- Estar lo suficientemente comprometido con la tarea de desprenderse de su agotador rol, de tal forma que cuando las consecuencias de sus nuevas decisiones comiencen a aflorar, sepa mantenerse fuerte y aferrado a su tarea fundamental, que no es otra que la de aprender a priorizarse y dejar al mundo andar. Lo más probable es que a las personas de las que se encargó (perseguidores y víctimas) no les interese demasiado aceptar los cambios que el salvador experimente, perdiendo así todos sus privilegios.
La desaparición de los beneficios de sacrificarse por lo demás, es la señal inequívoca de que el “buen samaritano” está despertando de su complacencia, para erigirse el receptor fundamental de su amor y su lealtad.
Una preciosa historia de amor que cualquiera que se atreva a vivirla, la sabrá elegir como el más auténtico y verdadero romance que haya vivido jamás: el amor a uno mismo.
A partir de este punto y sin arte de magia, las relaciones del ex-salvador comenzarán a mejorar, pesando más la calidad que la cantidad, y es que a estas alturas, ya debemos de saber que la calidad no abunda, mientras que lo disfuncional y patológico está colonizando nuestra sociedad posmoderna, donde las relaciones humanas pasan a ser instrumentos de satisfacción de necesidades narcisistas y ausencia de valores troncales para una vida con sentido, dignidad y respeto por uno mismo y por ende, por el otro.
En definitiva, “lo que es bueno para la abeja es bueno también para la colmena”.
Así que deja de “distraerte” con los demás y ocúpate de TI, será tu mejor inversión.
En la próxima publicación, profundizaremos en el Rol del Perseguidor, una de las personalidades más dañinas y resistentes al cambio, estate pendiente y aprende a discriminarlos con facilidad, tu bienestar emocional te lo agradecerá.
MARIAJESUSGONZALEZ.COM
Un comentario en “Los tres roles que intoxican las relaciones interpersonales”