
¿Alguna vez has sentido el descrédito de alguien cercano ante un dolor de cabeza, estómago, o malestar en general?
¿Has oído de su boca algo parecido a “eso no es nada, piensa en otra cosa y se te pasará”, cuando en realidad, lo que tú estabas esperando era un gesto de cariño?
Es fundamental que a través de estas preguntas hayas podido ponerte en situación, ya que hoy dedico este artículo a todas aquellas personas, en su mayoría mujeres (puesto que el género femenino es un factor de riesgo), que se encuentran diagnosticadas por la enfermedad de Fibromialgia.
Esta patología, de origen desconocido hasta el momento, constituye según Antonio Collado, coordinador de la Unidad de Fibromialgia del Hospital Clínico de Barcelona, una de las situaciones más representativas de dolor crónico en la población, así como uno de los problemas sanitarios más actuales en los países desarrollados.
La sintomatología de la Fibromialgia se expresa a muy diferentes niveles, empezando por el dolor (existe una alteración del sistema nociceptivo ocasionando dolor espontáneo, extenso e invasivo), una activación permanente del sistema de alerta que desemboca en alteraciones del sueño y fatiga, síntomas sensoriales (hormigueo, intolerancia al ruido, la luz, etc.), síntomas motores (rigidez); síntomas vegetativos (sensación de inestabilidad, sudoración, alteración de la temperatura corporal, etc.), síntomas cognitivos (problemas con la memoria a corto plazo, alteraciones en la atención, denominación, etc.) y por último, y no menos importante, sintomatología afectiva, siendo la ansiedad y la depresión trastornos frecuente en la vida de las personas con Fibromialgia.
Una vez hemos hecho este liviano recorrido por este complejísimo síndrome que afecta muchos niveles de la persona, podremos deducir fácilmente que su tratamiento también deberá ser múltiple, interviniendo un amplio abanico de profesionales, cada uno especialista en su materia, pero siendo fundamental que el trabajo se haga de forma coordinada y cooperativa.
En el ámbito psicológico, existe demostración empírica suficiente como para considerar la intervención de un profesional de la Psicología Clínica como imprescindible, siendo en la mayor parte de los casos la llave maestra a través de la cual el paciente podrá aprender a regular su sintomatología física, poniendo especial atención al significado y capacidad de influencia que el paciente le otorgue al dolor y a sus consecuencias en su cotidianidad, dado que una cosa es el dolor en sí mismo y otra la percepción subjetiva del mismo.
Si tuviera que perfilar una biografía que pudiera representar a la gran mayoría de personas con Fibromialgia, diría que se trata de mujeres (y algunos hombres) que han tenido y tienen que lidiar con vidas sobrecargadas de responsabilidad, siendo surtidoras de apoyo y asistencia emocional, física y psíquica a su entorno más cercano (abuelas que crían a nietos, hijas que se encargan de sus padres enfermos, esposas que sacan adelante a su familia -incluso económicamente- etc.)
Igualmente he podido recoger a lo largo de estos años de experiencia clínica, lo frecuente que es para ellas el haber experimentado una situación traumática años atrás de que su enfermedad debutara, habiendo vivido graves accidentes de tráfico, caídas aparatosas, vivencias familiares muy estresantes, y cualquier evento que ellas hayan podido experimentar como muy angustioso. Estos serían sin duda los dos puntos cruciales en mi descripción biográfica sobre ellas.
La misma relevancia le otorgo a las consecuencias emocionales y psicológicas, que terminan padeciendo por la incomprensión de una enfermedad silenciosa, pero devastadora, que para ellas significa un volcán de sufrimiento ensordecedor.
Empezando por algunos profesionales sanitarios, que aún a día de hoy ponen en tela de juicio esta categoría nosológica, atribuyendo la sintomatología a perfiles caracterológicos irritables e histéricos, considerando que todos los síntomas son producto de su insatisfacción vital, no dudando en cuestionar los niveles de dolor que está sintiendo su paciente.
A pesar de que este descrédito profesional les resulta profundamente duro, hay otro descrédito, uno más íntimo y cercano, que literalmente las deja devastadas, siendo el que sistemáticamente ponen en marcha algunos miembros de su familia, sobre todo cónyuges e hijos.
Es sin lugar a dudas esta desconfianza que le demuestran a diario sus seres queridos, la consecuencia más dolorosa de su enfermedad, hasta el punto de que terminan aprendiendo a vivir en silencio su dolor, tanto el físico como el emocional.
A estas alturas, sabemos que todo lo que se silencia, sale al exterior de una u otra forma, por lo que es muy coherente que en el diagnóstico de estas personas suela ser muy habitual la concomitancia con sintomatología ansiosa-depresiva, siendo esta la forma más adaptativa que tiene el cuerpo de expresar el sufrimiento de vivir con el dolor como compañero de vida, por ello, se generosa, se generoso y aprende a cuidarte integralmente, otorgándole el mismo valor a los analgésicos que a un buen tratamiento psicológico, pues ambos tienen su eficacia demostrada experimentalmente.
¿Cómo si no, iba a haber un Psicólogo Clínico en cada Unidad del Dolor?
MARIAJESUSGONZALEZ.COM